Máxima figura del toreo de todos los tiempo.
Nació un 4 de julio en Córdoba, España.
El artífice del toreo moderno nació un 4 de julio de 1917 en Córdoba. Tenía
yo nueve años casi recién cumplidos. Fue en Cádiz el día del Corpus de 1939. Mi
padre me llevaba a los toros como de costumbre. Siempre de su mano. Se daba una
novillada con José Ignacio Sánchez Mejías, novillero puntero, que cortó un
rabo. Y un muchacho de Córdoba, ciertamente no muy conocido, pero del que
empezaba a hablarse: Manuel Rodríguez Manolete. Una oreja fue su premio y al
finalizar la corrida, mi padre me preguntó: "¿Qué te ha parecido?" Le
respondí con la inocencia del niño que era: "El que me ha gustado de
verdad ha sido Manolete". Su toreo me alucinó de tal modo
que, a día de hoy, sigo siendo manoletista. Desde aquel día,
Manolete contó con un partidario más.
Manolete cambió el toreo como uno de los eslabones clave de su
evolución. Si Juan Belmonte pasa del toreo sobre las piernas, porque lo para,
al toreo con los brazos, Manolete fue el primero en ligar los muletazos y bajar
la mano a los toros. Hay un antes y un después de El Monstruo
de Córdoba, como lo bautizó K-Hito, en el toreo actual.
El valor de Manolete no admitía parangón con nadie. Era excelso con la
muleta y muy grande y contundente con la espada. Y acabó toreando superior con
el capote. Su toreo emanaba una personalidad
diferente desde la pureza y la verticalidad. Decían, con tintes
críticos, que era un torero de corto repertorio, pero lo fundamental lo hacía
de maravilla. Toreaba con la muleta retrasada, el muletazo se antojaba corto en
su inicio y se hacía largo en su remate. Y hacía de la ligazón extrema su
bandera. A José Flores Camará, su descubridor y único apoderado, le acusaban
sus detractores de cuidarlo demasiado. Lo cierto es que dirigió su
carrera como la primera figura que era, sin volver jamás la cara a los gestos.
Toreó con todas las figuras,
empezando por Chicuelo, su padrino de alternativa en el 39 en Sevilla, hasta
Luis Miguel, con el que toreó su última corrida en Linares. Y con Domingo
Ortega, Pepe Luis y Antonio Bienvenida. Lidió las ganaderías en candelero, como
Antonio Pérez, Galache, Cobaleda, Urquijo. Y también las ganaderías menos
apetecibles como Miura, Pablo Romero, Atanasio, Conde de
la Corte, Samuel, Domecq...
No rehuyó ninguna plaza de responsabilidad. En Madrid se anunció todos
los años: un total de 25 corridas. Y en el 46 la única tarde que toreó en
España fue en Las Ventas. Un día hizo el paseíllo en
Bilbao por la mañana y por la tarde. Barcelona lo idolatró. Como
Valencia, en cuya Feria de Julio de 1944 estuvo anunciado seis tardes. ¡Ah!, y
en Sevilla toreó 16 corridas en su Feria de Abril y cortó un rabo en 1942.
Cuatro de Miura. La supuesta comodidad se antojaba más bien poca.
Ningún torero, y los hubo muy buenos, le hizo sombra. Siempre fue el
rey, nadie pudo con él.
En 1947 Luis Miguel, un gallo de
pelea lleno de juventud, ambición y poderío, quería el trono. Manolete se
encontraba agotado, mermado de facultades y pensando ya en la retirada. Ambos
coincidieron en la Feria de Linares con la corrida de Miura. Una corrida que,
según la leyenda, iba para Murcia. Luis Miguel triunfó en el tercero y Manolete le respondió entregándose en el quinto. Fue
tal la entrega que los pitones de Islero le arrancaron la vida al entrar a
matar. Y su figura se inmortalizó.
Después de 70 años, sigo siendo manoletista y en sueños creo que estoy viendo a Manolete abrir la Puerta Grande de Madrid el
día del toro Ratón de Pinto Barreiro o dar
en Toledo los naturales más extraordinarios que he visto en mi vida.
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